lunes, 8 de febrero de 2010

besoderechenna.com

Era una mañana como todas las que pasan en otoño. Son las diez y aún siguen durmiendo. Entre plumas y restos de palomitas de ayer. La luz blanca los va despertando. A tientas abren los ojos. Pero al poco vuelven a sus sueños privados. A las once, más frío que calor al salir de la ducha. El café con la leche más caliente que tibia. Huele a tostadas con mantequilla mientras las noticias suenan para nadie. Van de la mano, pasan por un parque y alguien piensa por pensar en cómo sería tener hijos. Sin saber que comerán, se acercan al puesto del pescado. Les encanta decidir los platos del día paseando por el mercado. En un momento dado se abrazan. Se dan cuenta de lo afortunados que son. Lechuga, pasas, queso de cabra, pimiento rojo, verde y amarillo, pechuga de pollo, limón y la botella de vino tinto. De vuelta a casa, el viento les enrojece la cara. Se protegen entre ellos y se miran de aquella manera tan particular. Quieren poder hacerse daño el uno al otro para luego poder perdonarse. En casa suena Manel. Van cantando y el fuego encendido. Huele a cebolla que va dorándose. No esperan a la mesa para abrir el vino. Se sirven dos copas y van dando sorbitos. La película de anoche fue terrible. Ríen sobre eso y sobre muchas cosas más. Nada se pierde en las miradas ni en la conversación. Tonterías que son más de ellos que de nadie. Piensan en el instante perfecto que los tuvo en cuenta y los unió. Sobre la mesa el libro inacabado y un Cd medio rayado. Es inevitable el gesto que los une. Se abrazan y con un delicado tono de voz, alguien recuerda que el pollo está en el fuego. De nuevo un beso. Hay agua fría en la nevera. La que recuerda a aquella mañana. Alguien hacía café y el silencio era espectral. El olor a ayer se iba esfumando por la ventana. El recuerdo de la primera vez y la ensalada ya está servida. Un toque de miel y ponen un mantel de flores moradas. Sus manos hoy son sólo dos. A penas queda vino ya. Sentados se acuerdan de en quien pueden confiar. Quieren ir a Garraf y tomar un café. Hablan sin parar. El tiempo pasa para cada uno pero no para los dos. Afuera sigue habiendo viento y un cielo blanco. No llueve en la ciudad. Están en un lugar superior. Se dibuja una recta perfecta con una furia desmedida. Música tranquila para el último sorbo de vino. La canción no habla de ellos pero se quedan en ella. Así se quieren. Así se vuelven a la cama. Cae la noche y la idea de un café en Garraf. Ambos piensan en lo suave de sus pieles. En la alegría de poder tocarse. Hace demasiado calor en la habitación pero les gusta así. Es su única forma de hacerlo. Va pasando un día más de vino y besos.

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